¿El liberalismo radical requiere una dictadura?

miércoles 11, Oct 2023

Los 50 años del Golpe de Estado en Chile marcaron un hito en su historia

Por: Sergio Negrete Cárdenas

Toda efeméride importante proporciona un buen pretexto para el análisis, la introspección, o por lo menos llevar agua al molino ideológico de preferencia. Los 50 años del Golpe de Estado en Chile, que derrocó al presidente Salvador Allende (quien se suicidó en el palacio presidencial) y encumbró al general Augusto Pinochet, así lo muestran.

En el aspecto de política económica revivió un debate sobre la relación entre régimen político y desarrollo. Chile se convirtió en los años de la dictadura en una de las potencias económicas de América Latina, como lo es ahora. Ya en democracia, cuando Pinochet dejó el poder en 1990, después de la derrota en un referéndum en el que se planteaba su permanencia en el poder por varios años más, diversos gobiernos chilenos mantuvieron dicha política económica, así fuesen de derecha o izquierda. La dictadura es repudiada por la dura represión a sus opositores, lo que implicó asesinados, desaparecidos y desterrados, pero el estelar desarrollo económico es también parte de su legado, mismo que hasta mantiene al día de hoy.

De la misma forma en que se presenta correctamente la figura de Pinochet como un represor, se exalta con menor sustento la de Salvador Allende como un mártir democrático, lo que puede cuestionarse, en parte, dadas sus convicciones comunistas.

Lo que no está sujeto a discusión es que la política económica allendista fue un desastre, trayendo consigo una destrucción del aparato productivo y una inflación de tres dígitos. La economía, junto con la polarización social, fue el caldo de cultivo que en mucho explica, por más que no justifique, el Golpe de Estado.

Liberalismo adelantado a su tiempo

El chileno fue un liberalismo económico adelantado, sobre todo en el contexto latinoamericano. La apertura comercial extrema (prácticamente sin impuestos a la importación), duro saneamiento de las finanzas públicas, privatización de empresas paraestatales y un sistema de pensiones con cuentas individualizadas y manejadas en forma privada fueron varios elementos centrales de ese liberalismo económico seguido por el régimen pinochetista.

Elementos que adoptarían muchos gobiernos de América Latina, aunque una o hasta dos décadas más tarde (puede decirse que el liberalismo económico radical empezó a ser implementado en Chile a partir de 1975). No lo hicieron imitando al país en el Cono Sur, sino a uno europeo: el Reino Unido, durante los gobiernos de Margaret Thatcher (1979-1990). La única exportación de modelo realmente chilena fue el sistema individualizado y privado de pensiones. Thatcher sí tenía una legitimidad de la que evidentemente carecía Pinochet: las urnas.

¿Se necesita de una dictadura?

El “thatcherismo” muestra, claramente, la posibilidad de un fuerte giro económico de envergadura en una democracia, pero el caso chileno fue ciertamente extremo en su radicalismo y rapidez.

¿Puede argumentarse, como algunos hacen ahora, que el liberalismo radical solo puede aplicarse en una dictadura?

La primera en estar de acuerdo, irónicamente, es la propia Thatcher. En una carta escrita en 1982 al destacado filósofo y economista liberal Friedrich Hayek (ganador del Nobel de Economía 1974), le manifestó sobre el experimento liberal chileno:

“Soy consciente del notable éxito de la economía chilena en la reducción sustancial del gasto público en la década de los años 70. La progresión desde el socialismo de Allende a la economía capitalista de libre empresa de la década de 1980 es un ejemplo notable de reforma económica de la que podemos aprender muchas lecciones.

Sin embargo, estoy segura de que estará de acuerdo en que, en Gran Bretaña con nuestras instituciones democráticas y la necesidad de un alto grado de consenso, algunas de las medidas adoptadas en Chile son inaceptables. Nuestra reforma debe estar en línea con nuestras tradiciones y nuestra Constitución. A veces el proceso puede parecer muy lento. Pero estoy segura de que haremos nuestras reformas a nuestra manera y a nuestro ritmo. Y así serán duraderas”.

La respuesta parece ser, por ende, un enfático sí. Pero esa carta fue de 1982. Una década más tarde se había colapsado el Muro de Berlín y desintegrado la Unión Soviética. Varias naciones entre las recién liberadas del yugo soviético exterior, que conllevaba una dictadura comunista en el país, tienen gobiernos democráticos que adoptan con rapidez el liberalismo económico en una forma radical, como fueron Polonia, la República Checa y, el mejor ejemplo, Estonia.

Es indudable que una dictadura militar puede imponer acciones y políticas que serían impensables en democracia, dada la resistencia popular y de partidos o grupos de oposición que tendría. Entre muchos ejemplos posibles, basta recordar la forma en que se incendian las calles de París ante ciertas acciones de liberalización económica.

Por otra parte, hay algo indudablemente cierto: lo que requiere una dictadura para su implantación es un régimen de tipo estatista extremo como el comunista, como lo muestran numerosos ejemplos, destacadamente la extinta Unión Soviética, con Lenin; China, con Mao Zedong; y Cuba, con Fidel Castro. En el caso de ganar por medio de las urnas, se requiere implantar una dictadura para mantener el poder, como en pleno siglo XXI lo demostró Hugo Chávez en Venezuela.

No hay una sola excepción a esa regla. El señalamiento del modelo económico de Chile bajo la dictadura pinochetista parece más fruto de la ideología que de una seria consideración de la historia reciente.

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