Hace un par de años no existían más que dos candidatos a la presidencia de la república para 2024. Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum, encumbrados por el mismo presidente y por sus propias carreras, disputaban desde entonces, en guerra fría, las predilecciones del electorado nacional. Es probable que el presidente Andrés Manuel viera entonces que había que ocuparse de un espectro político más amplio que dejara a la oposición pocas opciones reales para la alternancia. Ricardo Monreal y Gerardo Fernández Noroña labraron su camino desde debajo de las propias preferencias presidenciales y lograron hacerse un nombre poco a poco en este juego sucesorio que ya comenzaba a romper todos los esquemas.
Tal vez fue entonces cuando Andrés Manuel recordó que tenía un seguidor ultracapaz gobernando Tabasco, un tal Adán Augusto que tenía que tomar el lugar de Olga Sánchez Cordero como secretaria de Gobernación porque la operación de los siguientes frentes (las reformas de la Guardia Nacional y del INE) eran muy comprometedores de asumir. Ahí cuando vio a Adán funcionando como emisario de Gobernación, vicario suyo y digamos implacable, tal vez fue cuando decidió sin avisarle a nadie, probablemente ni a Adán, que era un candidato posible. Una mañana amanecimos con cuatro o cinco destapados (corcholatas dijo). Ese día se puso en acción un aparato comunicacional tan grande y diverso del cual apenas vamos sabiendo su funcionamiento.
La encuesta fue el método definitivo para estandarizar una candidatura que ya se adivinaba como muy disputada. Todas las proyecciones dicen que el candidato de Morena será el nuevo presidente, independientemente de quién sea. El método de la encuesta, perfeccionado desde los tiempos en que Obrador y Ebrard aspiraban a una misma presidencia en 2006, tiene además la virtud de reducir distancias entre candidatos. Aunque el canciller y la jefa de gobierno han construido una estructura prácticamente desde que llegaron al cargo, los sondeos muestran lo que Ricardo Monreal quiso llamar piso parejo: sin diferencias significativas, ya hay 4 o 5 candidatos al frente de la sucesión y cualquiera podría tomar el lugar del otro.
Lo mejor de este balance es que precisamente nunca un partido hegemónico había tenido tantas opciones. La militancia, independientemente de sus predilecciones y sus ganas de interpretar los gestos del Gran Elector, siente una suerte de seguridad. Con estilos complejos y diferentes, aún así no se siente en riesgo el proyecto de nación que se inauguro en 2018. Con una solidísima carrera política y un historial que los vende casi como super dotados, Adán Augusto, Claudia, Marcelo y Monreal, están sin problema a la altura del cargo.
“Yo voy con quien gane la encuesta”, es algo que se suele decir en los círculos de Morena cuando se pregunta por preferencias entre los perfiles presentados. En su momento fue una forma de evitar cierto compromiso, pero conforme avanza el tiempo y se acercan las fechas, el dicho se ha vuelto una realidad cada vez más palpable. Al final solo habrá una candidatura y la unidad del partido no es algo que esté en entredicho en este proceso, hay sobradas razones para afirmar que ninguna de las figuras que se perciben como posibles sucesoras del presidente serían capaces de dañar esta unidad en la hora señalada.
Cada aspirante representa un anhelo de la izquierda mexicana que busca su continuidad y consolidación. Claudia Sheinbaum ofrece una posible reconciliación con el sector feminista que se identifica con la izquierda, aunado a la esperanza de ser la primera mujer a cargo del Ejecutivo. Marcelo Ebrard suma al sector empresarial y al progresista, planteando un acercamiento con la clase media urbana y profesionalizada. Adán Augusto López representa al obradorismo por sí mismo, es decir, una izquierda popular que está con las y los de abajo. A la vez, ninguno de los tres se encuentra en franca confrontación con los sectores que los otros representan. El caso de Ricardo Monreal, una figura tradicional que apela a los orígenes del partido, pero también a la moderación del discurso presidencial, también tiene sus virtudes definidas y plausibles. Entre las cuatro figuras conforman un crisol de oportunidades y esperanzas que llevaron a López Obrador a la presidencia en 2018 y que es lo más probable que Morena repita en 2024, mientras una oposición derrotada enfrenta sus propias debacles y consiguiente desgaste.
Cada vez es más claro que la contienda se cierra entre cuatro, y aunque en el futuro no hay nada escrito, es de esperar que la unidad se mantenga bajo la figura del obradorismo. Fue López Obrador quien a lo largo de los años -con su característico olfato político y su búsqueda de personas comprometidas con el cambio-, elevó junto a él a las figuras que ahora mismo contienden entre sí. Los cuatro han demostrado en diferentes terrenos que poseen gran capacidad de gobierno y a la vez, una fuerza propia para sumar grandes mayorías. Una sola candidatura apoyada por estas otras tres fuerzas volvería a arrasar el escenario electoral de 2024. Sin importar el resultado de la encuesta, la continuidad de la
Cuarta Transformación parece quedar en buenas manos.